Imagina la escena: Ursula von der Leyen en Turnberry, la nieve cayendo sobre un campo de golf escocés que huele más a pacto mafioso que a diplomacia europea. Frente a ella, Donald Trump, con esa mueca de tiburón que sabe que ha olido sangre. El apretón de manos no es un gesto de cooperación: es la firma visible de un chantaje. Sobre la mesa, tres condiciones grabadas en piedra: un arancel del 15 % que mutila la competitividad europea, un compromiso de compras energéticas a EE. UU. por 750 000 millones de dólares y una promesa de inversión en suelo americano por 600 000 millones más.
No hubo regateo real, no hubo pulso, no hubo defensa. Bruselas interpretó el papel de vasallo con una sonrisa diplomática, como si aceptar el rol de súbdito fuera una prueba de madurez política. Y lo hizo en público, ante cámaras, como quien cree que con buena puesta en escena puede maquillar la entrega. Lo que para la Comisión Europea fue “preservar las relaciones transatlánticas”, para cualquier observador honesto fue un acto de rendición con atrezzo.
Porque aquí no hablamos de concesiones mutuas: hablamos de un acuerdo en el que una parte dicta las condiciones y la otra se limita a firmarlas, asumiendo que no tiene más opción que obedecer. Europa, que alguna vez pudo presumir de autonomía estratégica, hoy se acomoda en la silla que Washington le asigna. Y lo peor es que lo hace con el aplauso interno de quienes confunden servidumbre con pragmatismo.
Von der Leyen repite como mantra palabras como “equilibrio” y “estabilidad comercial”, recogidas en comunicados oficiales de la Representación de la Comisión Europea en España y celebradas en editoriales complacientes de medios como El HuffPost. Pero la realidad es brutal: no hay equilibrio posible cuando el marco de la negociación lo fija unilateralmente la otra parte. Y aquí la otra parte es la primera potencia militar y económica del planeta, con un presidente que entiende la política exterior como un juego de dominación.
Europa, antaño mercado sólido y socio con capacidad de contrapeso, se arrodilla y firma cláusulas que la transforman en cliente cautivo. Lo que se presenta como un “reequilibrio” es, en realidad, un cambio de estatus: de actor con soberanía relativa a comprador obligado. Washington impone qué comprar, en qué cantidad y a qué precio; Bruselas acepta sin contrapartida real, disfrazando la claudicación bajo un lenguaje técnico que apenas disimula la pérdida de autonomía.
Este giro es más profundo que un mal acuerdo comercial: es un cambio estructural en la relación transatlántica. Si antes la UE podía reclamar paridad en las negociaciones, hoy se limita a pedir que el golpe sea “menos fuerte”. El lenguaje diplomático suaviza la humillación, pero los números la confirman: aranceles que erosionan la competitividad europea, compromisos de compra que ahogan su margen de maniobra y una dependencia energética atada a contratos estadounidenses. En la jerga del capital, es “integración económica”. En la jerga de la lucha de clases, es subordinación imperial.
Esto no es negociación, es capitulación en toda regla. Washington impone un arancel del 15 % sobre buena parte de las exportaciones europeas, mientras abre la puerta para que sus propios productos entren al mercado comunitario prácticamente sin peajes ni restricciones. Es como si en una partida de ajedrez te obligaran a jugar sin reina y sin torres, y encima te aplaudieras por “seguir en la partida”. A cambio, Bruselas se compromete a realizar compras energéticas desorbitadas —volúmenes que jamás ha importado desde EE. UU., y mucho menos en un plazo tan corto— y a movilizar supuestas inversiones por 600 mil millones de dólares que, en realidad, en su mayoría ya estaban previstas o dependen de la buena voluntad de las empresas privadas. No hay cláusulas de reciprocidad, no hay garantías de retorno: solo un papel firmado que legaliza la asimetría. Como apuntaba Cinco Días, se vende como pragmatismo lo que en el fondo es un debilitamiento geopolítico planificado.
Datos sin miramientos:
- EE. UU. baja su amenaza a 15 % desde 30 % o incluso 50 %. Punto para Trump Los Angeles Times.
- Europa acepta compras energéticas por $750 000 millones y promesas de inversión por $600 000 millones sin mecanismos coercitivos reales larazon.es+9Los Angeles Times+9Deutsche Welle+9.
- Andalucía calcula pérdidas de exportaciones y 9 282 empleos menos, caída del PIB de 509 millones de euros por los nuevos aranceles Cadena SER.
- Analistas y académicos ven una victoria táctica de EE. UU. pero desastre estratégico europeo. Los costes recaen fundamentalmente sobre consumidores y sectores productivos de la UE Real Instituto Elcano.
Trump dicta desde la cúspide del poder imperial; Bruselas asiente desde la alfombra. La clase política europea, blindada en despachos de cristal, no defiende a los trabajadores que producen, transportan y sostienen la economía real: defiende al capital financiero, a las bolsas y a los directorios corporativos. Lo llaman “acuerdo estratégico”, pero es un drenaje planificado: la riqueza fluye del bolsillo del obrero europeo hacia las cuentas de las corporaciones estadounidenses. Las promesas de inversión y compras no son estímulo económico, son tuberías por donde se fuga el valor generado en el Viejo Continente. La llamada “diversificación energética” es en realidad una camisa de fuerza: atar la demanda europea al gas y petróleo estadounidenses bajo contratos leoninos. Lo mismo con el rearme: no es soberanía defensiva, es dependencia armamentística crónica. En el lenguaje del capital suena a “cooperación”; en el lenguaje de la lucha de clases, se llama subordinación estructural.
Europa entró al callejón con un arma en la mano —sus aranceles como herramienta de presión—, pero antes de apretar el gatillo la dejó caer y la pateó hacia el enemigo. Desde ese momento quedó sin defensa, sin palanca de negociación, sin margen. Este “acuerdo táctico” no es un respiro, es la institucionalización de la rendición. Lo grave es que marca un precedente: si Trump logró doblegar a la Unión Europea en la primera embestida, ¿qué lo detendría de exigir más mañana? Absolutamente nada. Cada concesión de hoy será la excusa para una imposición mayor mañana con cualquiera de sus “aliados”.
Europa ya no se comporta como un adversario que puede plantar cara: actúa como un cliente cautivo, obligado a pagar sobreprecio por un servicio que no pidió. Y aquí no hay pacto, hay liquidación: la maquinaria del capitalismo imperial avanza, absorbe y degrada, mientras el Viejo Continente se queda sin industria competitiva y sus pueblos pagan la factura en desempleo, inflación y pérdida de soberanía.
Si alguna vez creíste que las alianzas se cimentaban en puntos de encuentro, aquí tienes la radiografía cruda: una potencia destroza el armazón industrial de otra mientras la somete a contratos leoninos, y lo hace con la firma del propio sometido. Von der Leyen no negoció: firmó el acta de entrega. Hipotecó el futuro estratégico europeo en nombre de una “estabilidad” que no existe. Y mientras las élites políticas y mediáticas brindan por el acuerdo, nosotros lo llamamos por su nombre: traición.
Fuentes: